EL SUEÑO DEL HOMBRE
PEKÍN, China. De 2006 a 2011.
Cada día durante cinco años he estado yendo a Pekín. Salía temprano. A las seis de la mañana me calzaba unas zapatillas y recorría los siete mil ochocientos milímetros que me separaban de mi lugar de trabajo. Desde allí miraba sin ser visto el supurante cuerpo del monstruo tendido aún bajo la noche de una bombilla. Yo nunca había visto nada parecido. Su piel, como de barro y zinc ennegrecido, brillaba igual que la de un cocodrilo prehistórico bajo la luz de la luna. A medida que amanecía iba descubriendo el desordenado entramado de aquella piel laberíntica e infinita que se extendía hasta quedar oculta, como sumergida, tras la espesa niebla ácida que cubría a la fiera y los nuevos edificios que penetraban las nubes. Avanzaba el día siempre sin llegar al azul y entonces aquella piel plomiza se transformaba en barrios grasientos y populosos en los que la vida se trenzaba con las fábricas, almacenes y talleres humeantes en los que las hormigas azules, que iban y venían por callejones, como trincheras, se despojaban del tiempo a tres turnos. Los puntos azules pertenecían a la masa, mano de obra que poco a poco había sido dominada y modelada como pella de fango por el gobierno que era el dueño del monstruo. Ellos eran el alimento del bicho. Cada día se tragaba miles de ellos que llegaban desde el campo más hambriento que uno puede imaginar. Vivían hacinadas, las almas y los cuerpos, sin saber que ya habían sido comidos y digeridos y que ahora no eran más que excrementos activos. Algunos, sobre todo las mujeres, se dedicaban a separar residuos, plásticos y aluminio, objetos encontrados y que el monstruo arrojaba cada día. Cargaban los cestos a la espalda y se perdían de vista. Llegó el tiempo de desprenderse de aquella piel. La metamorfosis había comenzado, se estaba produciéndo y yo permanecí allí, cobardemente escondido, porque necesitaba verlo. Las amontonadas viviendas fueron vaciadas por otras hormigas articuladas pintadas de amarillo que se movían día y noche. Las hormigas azules desaparecieron lentamente ante mí, quien sabe hacia donde, posiblemente a otros hormigueros, y todo quedó reducido a escombro y ceniza. La nacarada y traslúcida piel que había recubierto al monstruo ahora pertenecía a la ruina y en ella descansaba. Anoté todo esto tan exactamente como pude. No me daba cuenta que lo que estaba haciendo realmente era la disección de un monstruo con todas sus partes anatómicas descritas con gran exactitud. Mas que pintor me sentía un forense ante aquel cuerpo muerto por sobredosis de humanos.
«Cuando despertó el monstruo seguía ahí»
(Con permiso del amigo Monterroso.)
DÓNDE LA MEMORIA DUERME
Qué loco este mundo trepidante,
que a salto de mata te sorprende con la boca abierta.
Qué tormento de vida la de estas gentes, a cuestas con ella
y con el incierto futuro.
Futones, barrios obreros de casas bajas, que vago recuerdo seréis.
Donde hubo vida solamente la memoria duerme.
Trozo de cascote, barro ennegrecido,
mira cómo emergen los gigantes…
míralo bien!
…porque pronto no habrás sido nada para ellos.
CIUDADES POEMA
PERIFERIA
Las líneas en un mapa
se convierten en muros sobre la tierra
y los muros a su vez,
fronteras en nosotros.
CANAL DE VACACIONES
No sé si a ti también te sucede, que prefieres la soledad del sol y una tarde al zumbido de mil palabras para tu agosto. Que buscas la distancia sin medida, esa medida entre toalla y toalla que te hace irte, y te vas más allá y más, donde habite el silencio con o sin mar, donde no quede rastro del mundo. Y te permites escribir en el aire tus pensamientos, al vuelo los ves irse, mientras sobrevuela el charrán la extraña playa sin verano y sin gente en la que viste el lugar perfecto porque en busca del mar, se vació la ciudad.