J. SÁNCHEZ ZABALETA

EL OLVIDO QUE NOS HABITA

LA LUZ DE LOS CLÁSICOS

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EL SUEÑO DEL HOMBRE

LUGARES QUE HABITÉ

ODISEA DE LO COTIDIANO

MIRADAS

BIOGRAFÍA

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CONTACTO

CHRISTIAN RAVINA

CURADOR DE EXPOSICIONES

 

Velázquez nos enseñó como podemos entrar en una pintura, toda la magia del momento en el que se repite una y otra vez ante quien observa uno de sus cuadros. Con la obra de Joseba me ocurre lo contrario: es capaz de que el cuadro entre en nosotros. Al principio un susurro de algo que podemos estar ignorando, como una verdad que preferimos no ver, y ahí es cuando la magia opera y, lo que se ha visto ya no tiene vuelta atrás, nos obliga a acomodarlo, a entenderlo, y ese cuadro es el testimonio del momento de conversión hacia la idea que quiere transmitirnos. Y no todas las ideas que deben transmitirse son necesariamente cómodas cuando la distracción es el aire que nos mantiene vivos. ¿Quiero ver un hueso de pollo en un plato de Duralex? Depende. Joseba oficia la comunión de las cosas sencillas, que no simples, tal y como Zurbarán convierte la carne de los cartujos en cenizas de una coreografía de silencios. Y así el plato Duralex se eleva en destellos de vidrio por encima de lo cotidiano, y todo se detiene para hacernos pensar en las punzadas de la soledad o la carestía, y el milagro y la gracia de los alimentos. Una imagen suya basta para recordarnos que hay algo que podemos hacer mejor. Proust puede describir como nadie los espárragos de una pintura de Manet, pero necesita siete volúmenes para entender lo que Joseba lleva años entendiendo cuando se habla de la memoria y de lo que de verdad importa en la vida. Atención spoilers: ni los salones de los Guermantes ni secuestrar a Albertina.

En un mundo tan anestesiado por las redes sociales y embrutecido por las prisas me seduce el rechazo a los viajes. He llegado a entender que no los necesita. Invierno en Villa Medicis es una obra que recoge todo el clasicismo y nos advierte del futuro que nos espera con este ansia de invadir cada esquina del planeta. toda la melancolía del viaje a Italia con una ruina contemporánea de telón de fondo. de nuevo silencio y advertencia. Un cuadro que sana y salva de los innecesarios viajes relámpago a ninguna parte para intentar ver lo que ya no existe. Y con esta misma idea Joseba juega patinando velozmente en un NY nevado con una imposible torre gemela detrás porque no hace falta haber estado en el corazón del consumo para extraer un juego de metáforas.

La inmensidad de espacios inventados pero que por eso mismo existen en alguna parte y el rocogimiento de esquinas de abandono que nos duelen como a Borges le dolía una mujer en todo el cuerpo. Y Neruda nos hablaba de los sueños rotos de su Casa de las Flores instándonos a ver la sangre por las calles que salpicaba el sueño de una generación embriagada de juventud y posibilidades. La pintura también puede llevarnos de la mano a la poesía, o al menos esa es una asociación que ocurre de forma natural con algunos artistas. joseba se mueve con facilidad en ese terreno, esculpiendo un híbrido de imágenes y palabras, dando a entender que la realidad virtual no necesita de gafas ni algoritmos y que lo más necesario y urgente suele estar delante de nosotros.

Cada cuadro de Joseba es un acto de fe en lo humano y una advertencia de lo que ocurre si perdemos esa fe en el hombre. Por eso sus cuadros están siempre conmigo.