PILAR RÚIZ GUTIERREZ
ESCRITORA, PERIODISTA, GUIONISTA Y CINEASTA
INTEMPERIE
Ahí afuera: a la intemperie.
Joseba Sánchez Zabaleta nos lleva hasta allí y nos deja solos, desnudos, al raso. Como lo está el artista siempre; como lo está todo arte profundo, verdadero, honrado, nacido de la reflexión y la emoción, el único que puede conmovernos.
Alejado del ruido de las modas y las tendencias pasajeras, JSZ ya ha demostrado que es un maestro de la plasmación atmosférica y del retrato del aura del objeto, pero ahora da un paso más allá hacia una mística austera y depuradísima que se eleva en alturas expresivas como una cantata de Bach. Las obras reunidas en esta Intemperie nos llevan a ese lugar exterior donde ya no hay refugio ni excusas, mostrando con toda su crudeza el espacio desolado, cubierto de polvo y barro, donde se acumulan los restos de todas las vidas vividas para desvelar sin concesiones el rostro vacío de la modernidad.
Intemperie nos obliga a mirar aquello que no se quiere ver, haciendo visible lo invisible de forma descarnada: el fracaso y la derrota de varias generaciones de habitantes de este planeta donde el paradigma de la civilización se ha convertido en una distopía en la que ya no hay manera de esconder la marginalidad, la pobreza, la destrucción y el abandono de una época donde se consagra todo lo nuevo convirtiendo el hoy cada vez más rápidamente en ayer, mientras la pulsión consumista y el hambre de novedad se acumulan en escombreras y vertederos inmensos, islas de basuras, montañas de restos que nos hablan de nuestra propia huella sobre un mundo en blanco y negro, en gamas de grises, como el celuloide de tiempos pasados. (El cine, otro arte empeñado en atrapar el tiempo para obligarnos a recordar).
La pared desconchada de la casa en ruinas arrasada por un bulldozer o una crisis, el objeto cotidiano humilde, usado y por ello cargado de significado, gritan su abandono en un paisaje deshabitado pero pleno de humanidad. Los objetos han dejado de pertenecer y su soledad les ha liberado. Expuestos al viento helado de la intemperie que se cuela por esas puertas sin puertas, esas ventanas sin ventanas, nos hablan por fin de lo más importante: sus historias. Sillas y sillones desahuciados como los restos de comida en un plato, las migas caídas alrededor, la lata vacía junto al tenedor olvidado y el ser humano en fuera de campo, presente por omisión. Vuela la imaginación: ¿quiénes se sentaron en esas sillas? ¿De qué hablaron? ¿Quién descansó en esa butaca? ¿Quién comió en ese plato? ¿Dónde están ahora? ¿Qué les ocurrió? El eco de la vida, como la corriente de aire en una casa en ruinas, se ha convertido en la voz de un fantasma que vaga por la franja estrecha abierta entre el mundo de los vivos y de los muertos, dispuesto a contarnos una historia todavía viva.
Y sin embargo, en este paisaje vaciado y fantasmal, sin nostalgia, sin concesiones, aparece un camino a la conciencia de lo real cuando la realidad se sitúa sobre la huella que dejaron otros, impulsándonos a la búsqueda de una memoria común, compartida, compasiva, una vía a la esperanza. El viaje propuesto por Joseba Sánchez Zabaleta en Intemperie nos expone al aire libre, donde resulta más fácil respirar. Solo hay que soltar lastre y dejar que ese aire más limpio nos recorra la piel, los ojos y la memoria, para lograr levantarnos de los escombros y de las cenizas. Una vez más. Sin miedo a despojarse de todo para entrar en esta Intemperie, Joseba Sánchez Zabaleta nos promete un porvenir en el que, ligeros de equipaje, podamos caminar por un paisaje más bello, más justo y más libre.
LA ODISEA DE LO COTIDIANO
«Vengo dai ruderi», vengo de las ruinas, dijo Pier Paolo Pasolini.
Es el poeta de los suburbios y de la periferia, de los hombres y mujeres abandonados en un tiempo de olvido; restos del exilio del campo a la ciudad, memoria de la pérdida. Sin embargo, Pasolini sabía que de entre lo antiguo, lo abandonado, surge una imagen seminal, y con ella, la promesa de cambio: la esperanza.
JSZ toma la ruina como objeto de su pasión; igual que la del poeta y cineasta italiano, su obra es un canto de infinito amor por los habitantes de un mundo deshabitado. Sobre la ruina, la huella de lo humano deja un rastro brillante, como el de un caracol, que recubre la materia cotidiana: el azulejo, el ladrillo, el vaso de duralex o el cubierto de acero inoxidable, el plástico, el latón. Aquí también está la periferia del arrabal, del vertedero: aquello que dejamos cuando nos vamos.
El velo del tiempo hecho de abandono, desgaste y óxido, adquiere en las manos de JSZ, en su mirada, una dimensión poética inusual. Al obligarnos a observar con nuevos ojos lo minúsculo, lo humilde (esa cuchara, un simple plato), aquello que nunca vemos en nuestro tráfago diario, aparecen imágenes nuevas, reveladas como en un cuarto oscuro, salidas de un sueño del que por fin despertamos. Descubrimos entonces la existencia real oculta en los objetos y en los paisajes, materia desgajada del espíritu. Esa tensión nos recuerda la forma clásica, tan antigua como los bisontes de Altamira y los mármoles griegos, ese deseo furiosamente humano de atrapar el instante, y con él, la vida.
La obra de JSZ ilumina ese mundo con una nueva luz: la que nosotros mismos proyectamos sobre nuestros actos, pensamientos e ideas. Es la misma que ilumina estos objetos humildes; una sola cuchara puede contener todo el hambre y todo el alimento del mundo, la existencia.
Levanta el velo de la vida sobre los objetos cotidianos y mira de nuevo a tu alrededor, dice JSZ: verás como en esas pequeñas cosas brota el aliento de lo humano, la aventura de la vida plena de sentido, como solo la poesía puede.