La ODISEA DE LO COTIDIANO. Pilar Rúiz Gutiérrez

PILAR RÚIZ GUTIERREZ

ESCRITORA, PERIODISTA, GUIONISTA Y CINEASTA

 

LA ODISEA DE LO COTIDIANO

Obra pictórica de Joseba Sánchez Zabaleta

Vengo dai ruderi, vengo de las ruinas, dijo Pier Paolo Pasolini.

Es el poeta de los suburbios y de la periferia, de los hombres y mujeres abandonados en un tiempo de olvido; restos del exilio del campo a la ciudad, memoria de la pérdida. Sin embargo, Pasolini sabía que de entre lo antiguo, lo abandonado, surge una imagen seminal, y con ella, la promesa de cambio: la esperanza.

JSZ toma la ruina como objeto de su pasión; igual que la del poeta y cineasta italiano, su obra es un canto de infinito amor por los habitantes de un mundo deshabitado. Sobre la ruina, la huella de lo humano deja un rastro brillante, como el de un caracol, que recubre la materia cotidiana: el azulejo, el ladrillo, el vaso de duralex o el cubierto de acero inoxidable, el plástico, el latón. Aquí también está la periferia del arrabal, del vertedero: aquello que dejamos cuando nos vamos.

El velo del tiempo hecho de abandono, desgaste y óxido, adquiere en las manos de JSZ, en su mirada, una dimensión poética inusual. Al obligarnos a observar con nuevos ojos lo minúsculo, lo humilde (esa cuchara, un simple plato), aquello que nunca vemos en nuestro tráfago diario, aparecen imágenes nuevas, reveladas como en un cuarto oscuro, salidas de un sueño del que por fin despertamos. Descubrimos entonces la existencia real oculta en los objetos y en los paisajes, materia desgajada del espíritu. Esa tensión nos recuerda la forma clásica, tan antigua como los bisontes de Altamira y los mármoles griegos, ese deseo furiosamente humano de atrapar el instante, y con él, la vida. 

La obra de JSZ ilumina ese mundo con una nueva luz: la que nosotros mismos proyectamos sobre nuestros actos, pensamientos e ideas. Es la misma que ilumina estos objetos humildes; una sola cuchara puede contener todo el hambre y todo el alimento del mundo, la existencia.

Levanta el velo de la vida sobre los objetos cotidianos y mira de nuevo a tu alrededor, dice JSZ:  verás como en esas pequeñas cosas brota el aliento de lo humano, la aventura de la vida plena de sentido, como solo la poesía puede.

Pilar Ruiz

12.3. 2016

El extra de Almería

PILAR RÚIZ GUTIERREZ

ESCRITORA, PERIODISTA, GUIONISTA Y CINEASTA

 

EL EXTRA DE ALMERÍA

España, 1963. José Luis Borau era entonces un joven -aunque él decía que nació viejo- que rodaba su primera película, Brandy, por encargo de un productor italiano. Por supuesto, en Almería, porque Brandy era un spaguetti western. El cineasta aragonés nos contaba a sus alumnos cómo fue ese rodaje: la inseguridad del principiante, las jornadas extenuantes y sobre todo, la dureza del clima almeriense que le hacía añorar el cierzo de su tierra. También que cerca del set del poblado del Oeste donde rodaban, acampaba un grupo de jipis norteamericanos -porque en España no había nada eso- que malvivían en pleno desierto de Tabernas. Pasaban tanta hambre que uno de ellos se acercaba cada día a mendigar las sobras del cáterin. Borau hablaba inglés y trabó conversación con uno de ellos: “era joven, bajito, con barba y melena negras y enmarañadas”.  El jipi le contó que era actor y que le gustaría dedicarse al cine. Borau no le creyó pero pensó darle trabajo en la película para que aprovechara los bocatas del cáterin o se sacara unas perras. Así que le ofreció trabajar como extra de figuración. Pero el jipi lo rechazó: al día siguiente continuaban su viaje por Europa. Se olvidó de él. Unos años después, en 1968, Borau estaba en Madrid y entró en el cine para ver El graduado, la escandalosa película con la que Mike Nichols había roto los esquemas de Hollywood. Inmediatamente, reconoció al protagonista: “¡Coño! ¡El jipi!”, gritó. Aquel jipi que había conocido en Almería, era Dustin Hoffman.

Se preguntarán qué tiene que ver esta historia con la obra de Joseba Sánchez Zabaleta. Pues nada. Y todo. Al menos para quien esto firma, que conoce y admira su trayectoria desde hace muchos años. Tiene que ver con Almería, esa tierra aparentemente inhóspita de la que puede brotar cualquier cuento por fantástico e inverosímil que sea, tanto, que incluso le pueden nacer poblados del Oeste con su sheriff, su saloon, sus caballos y sus tiros de mentira. También tiene mucho que ver con una mirada pictórica que se detiene frente a un horizonte con reverberación de espejismo, en el detalle de un jabón gastado, en la bolsa arrastrada por el viento o en el reencuadre dentro de una ventana: es el mismo movimiento tenso, interno, de la cámara de cine enfocando un plano, mientras espera, paciente, a que comience todo. Y tiene que ver con el mismo Joseba, que surge del desierto hambriento de vida, para convertirse en protagonista.

Pilar Ruiz

Abril, 2023      

Una Almería depurada. Andrés García Ibañez

ANDRÉS GARCÍA

PINTOR, ESCULTOR

 

UNA ALMERÍA DEPURADA

Decía el admirado Pérez Siquier que “solo lo leve y sencillo me interesa, he huido de todo lo artificioso, barroco y presuntuoso”. Y supo en consecuencia permanecer junto al paisaje de su tierra, pegado al más esencial y despojado lugar del sur andaluz español. Durante décadas, incansable, retrató una y otra vez, en austeras y elementalizadas composiciones, la solemne y grave austeridad de esta tierra herida, telúrica y eterna, tan mística y brutal, tan poética y poderosa.

Los almerienses parece que nunca fuimos andaluces, al menos entendidos como herederos de un barroquismo extrovertido o de una forma lúdica y festiva de vivir. Almería es territorio de durezas ásperas, de criaturas curtidas o torturadas. Acontece siempre aquí una existencia de despojamientos, ausente de retóricas y frivolidades. La sola visión del paisaje almeriense, de su profunda simplicidad, de su austera hermosura, nos hace entender de inmediato el carácter forjado durante siglos por sus gentes, las durezas de sus vidas y el largo trecho andado en pos de la supervivencia. Los almerienses fuimos largo tiempo la periferia más olvidada de la patria, el territorio más mísero y ninguneado por los sucesivos ámbitos de un poder siempre narcisista y centralizado. Aprendimos muy pronto a transitar los crueles caminos del emprendimiento personal para ganar el sustento. Almería es hoy, gracias a nuestros ancestros que han ido dejándose el pellejo durante siglos, la provincia más pujante del sur; hemos sido capaces, entre otras cosas, de levantar la mayor huerta de Europa en medio del desierto.

El carácter de lo almeriense, por tanto, es único y personalísimo, y existe una concordancia pavorosa entre el ser de sus gentes y la naturaleza despojada de su paisaje. Lo genuinamente estético en Almería remite a una abstracción formal muy depurada, seca y lacerada. No es de extrañar que un artista como Sánchez Zabaleta, que transita los caminos más poéticamente esencializados dentro del realismo contemporáneo, hecho de silencios profundos y graves, de lugares desiertos o abandonados, se haya fijado en los múltiples desiertos de Almería, en sus rincones más modestos y callados, sujetos a los vientos de bellísimos olvidos, donde los vacíos remiten a un pasado cercano que forja los sueños de sus pobladores, en una materia de volátil transparencia y en territorios abrasados por la luz en sequedad extrema.

La pintura y poética del pintor se ha adaptado aquí con natural facilidad a la representación de un paisaje interior y exterior de abstracta simplicidad, que nos da información de una vida pasada o presente sin necesidad de mostrar a sus gentes. Los objetos, muebles y estancias, o incluso los huecos y ventanas abiertos al paisaje del desierto nos hablan de los pobladores, de la huella del hombre sobre el territorio.

Es Sánchez Zabaleta un poeta que se mueve en los realismos influenciados por la estética y alargada sombra del magisterio de Antonio López y los realistas madrileños, reafirmados desde hace tiempo como el episodio más notable de la renovación en el realismo naturalista de la pintura española contemporánea, pero a diferencia de aquellos ha sabido moverse de su entorno más cotidiano y buscar en otros lugares la inspiración poética que su sensibilidad le demanda. En Almería ha encontrado un filón para desarrollar su refinamiento estético, su búsqueda de planos y arquitecturas muy abstractas que alumbran composiciones muy depuradas, muy sabiamente construidas. Los desiertos de Tabernas o Sorbas, con sus viejos cortijos abandonados que muestran las vidas de un pasado reciente, abiertos a vistas con análogo carácter, o la soledad de los objetos encontrados, arrojados sobre el plano de una mesa acariciada por la luz en una suerte de bodegones “a lo divino”, tan incardinados en la gran tradición española del bodegón místico, a lo Sánchez Cotán o zurbaranesco, le han proporcionado una materia inagotable para su inspiración; han salido a su encuentro de una forma tan lógica, tan natural, que parecía inevitable el idilio. El pintor ha encontrado aquí, inexorablemente, el colmo de sus ansias y búsquedas estéticas, la materia básica de su diálogo con el lugar más depurado, revestido de una unción casi mística, maravillosamente poética.

ELEANOR McKENZIE

ELEANOR McENZIE

PERIODISTA

Una nueva estrella del realismo español

Nacido en 1970, en Cistierna en Castilla y León, Joseba Sánchez Zabaleta pasó sus primeros años en Rentería, Guipúzcoa en el estudio de su padre -un excelente retratista- donde desarrolló su amor por el dibujo y la pintura. A los 13 años, Joseba ingresó en la Escuela de Arte y Decoración de San Sebastián, donde estudió cinco años antes de licenciarse en la Escuela de Artes Aplicadas de Zaragoza. Su primera exposición individual tuvo lugar en Madrid en el año 2000 en la Galería Estandarte. Actualmente reside en Gaucín, Málaga, desde donde su obra se ha abierto definitivamente al mundo y forma parte de importantes colecciones privadas nacionales e internacionales.

Los pintores españoles han destacado en el Realismo y desde la época de Velázquez (1599-1620) España ha sabido conservar una fuerte tradición realista. Puede que el siglo XX  haya dirigido nuestras cabezas hacia diversas formas de arte abstracto, el surrealismo y más, pero incluso los paisajes imaginarios de Dalí son un ejemplo supremo de las habilidades pictóricas del realista aplicadas a lo fantástico.

La pintora australiana contemporánea Alexandra Sasse dice: «El realismo siempre ha sido importante en España, aunque, como en la mayor parte del mundo del arte contemporáneo, hubo un periodo reciente en el que intentaron olvidar que eran realmente buenos en ello». Y añade: «Hay algo muy sobrio, casi descarnado, una gravedad que habita en mucha de la pintura española».

Las obras procedentes de artistas españoles contemporáneos demuestran una continuidad del alto nivel de maestría en este género, y Joseba Sánchez Zabaleta (JCZ) es uno de los artistas estrella de la Escuela del Nuevo Realismo Español.

El realismo de JCZ tiene ciertamente las cualidades descarnadas de las que habla Sasse. Su temática se centra en parte en los espacios abandonados o en ruinas, representados con exquisito y minucioso detalle. Pueden ser los restos de escombros de una ciudad devastada por la guerra, o un vertedero de ordenadores, impresoras y otros equipos informáticos en África, como en «Vertedero de Mali», que es otra vuelta de tuerca al realismo, y quizás una inesperada, que saca al espectador de su sensación de complacencia.

En su colección «El sueño del hombre» tenemos una sensación real del aspecto de un paisaje urbano después de la devastación, pero JCZ siempre consigue encontrar algo que simboliza la esperanza, como en «Ruina con ventana turquesa», donde ese atisbo de color brillante no sólo nos dice que el futuro es posible, sino que los que una vez vivieron allí conocieron la felicidad.

La decadencia es otro tema. Puede ser una casa abandonada desde hace mucho tiempo, como en su obra ‘La gran Luz’, o ‘Lavadora’, que dejan a uno preguntándose qué pasó con quien vivió allí. Como escribió Pilar Rúiz para una de sus exposiciones en la  Sala Parés, con la que JCZ expone desde 2016, «son espacios deshabitados pero, sin embargo, llenos de humanidad; poblados por los restos del paso del ser humano, en los que a veces es difícil discernir cuánto tiempo hace que fueron abandonados.»

También están los temas de bodegones, en particular los de objetos domésticos, como platos o cucharas, que nos recuerdan conmovedoramente la situación actual a la que se enfrentan muchos, si no nosotros. De su reciente obra, «Un plato de lo que sea», JCZ dice: «¿De qué sirve ir a la luna si hay hambre en la tierra? La luz tenue me bastó para iluminar la fuente de la pena. El plato vuelve a estar vacío. El hueco cóncavo del hambre y a veces de la felicidad». Asimismo, sobre su obra «Cuchara 20», pintada durante la pandemia, dijo: «Quien no tenga nada que llevarse a la boca sabe de qué trata este cuadro. Al resto, que nunca le haga falta nada».

Para ver más obras suyas, visite www.sanchezzabaleta.com. También participa en el festival anual de estudio abierto Art Gaucín, que se celebra en mayo y junio de cada año, donde se le puede ver pintar y hablar con él sobre su obra.

INTEMPERIE. Pilar Rúiz Gutiérrez

PILAR RÚIZ GUTIERREZ

ESCRITORA, PERIODISTA, GUIONISTA Y CINEASTA

 

INTEMPERIE

Ahí afuera: a la intemperie.

Joseba Sánchez Zabaleta nos lleva hasta allí y nos deja solos, desnudos, al raso. Como lo está el artista siempre; como lo está todo arte profundo, verdadero, honrado, nacido de la reflexión y la emoción, el único que puede conmovernos. 

Alejado del ruido de las modas y las tendencias pasajeras, JSZ ya ha demostrado que es un maestro de la plasmación atmosférica y del retrato del aura del objeto, pero ahora da un paso más allá hacia una mística austera y depuradísima que se eleva en alturas expresivas como una cantata de Bach. Las obras reunidas en esta Intemperie nos llevan a ese lugar exterior donde ya no hay refugio ni excusas, mostrando con toda su crudeza el espacio desolado, cubierto de polvo y barro, donde se acumulan los restos de todas las vidas vividas para desvelar sin concesiones el rostro vacío de la modernidad. 

Intemperie nos obliga a mirar aquello que no se quiere ver, haciendo visible lo invisible de forma descarnada: el fracaso y la derrota de varias generaciones de habitantes de este planeta donde el paradigma de la civilización se ha convertido en una distopía en la que ya no hay manera de esconder la marginalidad, la pobreza, la destrucción y el abandono de una época donde se consagra todo lo nuevo convirtiendo el hoy cada vez más rápidamente en ayer, mientras la pulsión consumista y el hambre de novedad se acumulan en escombreras y vertederos inmensos, islas de basuras, montañas de restos que nos hablan de nuestra propia huella sobre un mundo en blanco y negro, en gamas de grises, como el celuloide de tiempos pasados. (El cine, otro arte empeñado en atrapar el tiempo para obligarnos a recordar).   

La pared desconchada de la casa en ruinas arrasada por un bulldozer o una crisis, el objeto cotidiano humilde, usado y por ello cargado de significado, gritan su abandono en un paisaje deshabitado pero pleno de humanidad. Los objetos han dejado de pertenecer y su soledad les ha liberado. Expuestos al viento helado de la intemperie que se cuela por esas puertas sin puertas, esas ventanas sin ventanas, nos hablan por fin de lo más importante: sus historias. Sillas y sillones desahuciados como los restos de comida en un plato, las migas caídas alrededor, la lata vacía junto al tenedor olvidado y el ser humano en fuera de campo, presente por omisión. Vuela la imaginación: ¿quiénes se sentaron en esas sillas? ¿De qué hablaron? ¿Quién descansó en esa butaca? ¿Quién comió en ese plato? ¿Dónde están ahora? ¿Qué les ocurrió? El eco de la vida, como la corriente de aire en una casa en ruinas, se ha convertido en la voz de un fantasma que vaga por la franja estrecha abierta entre el mundo de los vivos y de los muertos, dispuesto a contarnos una historia todavía viva.

Y sin embargo, en este paisaje vaciado y fantasmal, sin nostalgia, sin concesiones, aparece un camino a la conciencia de lo real cuando la realidad se sitúa sobre la huella que dejaron otros, impulsándonos a la búsqueda de una memoria común, compartida, compasiva, una vía a la esperanza. El viaje propuesto por Joseba Sánchez Zabaleta en Intemperie nos expone al aire libre, donde resulta más fácil respirar. Solo hay que soltar lastre y dejar que ese aire más limpio nos recorra la piel, los ojos y la memoria, para lograr levantarnos de los escombros y de las cenizas. Una vez más. Sin miedo a despojarse de todo para entrar en esta Intemperie, Joseba Sánchez Zabaleta nos promete un porvenir en el que, ligeros de equipaje, podamos caminar por un paisaje más bello, más justo y más libre.